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Tokyo, años noventa del siglo XX. Kaikai y Kiki, un par de pequeños personajes, hoy célebres en todos los rincones del mundo capitalizado, nacían de la cabeza convulsamente colonizada del también celebérrimo Takashi Murakami. Kaikai es un niño ñoño disfrazado de conejo blanco que insinúa una tímida sonrisa y se dirige al público con mirada complaciente. Kiki, más loco, va siempre vestido de rosa, tiene tres ojos y se ríe a mandíbula batiente mostrando sus dos colmillos. Estos dos individuos aparecen casi siempre juntos, rodeados de un vergel psicodélico de margaritas de colores que también se desternillan de risa. ¡Demasiada carcajada para un Japón post-postatómico que todavía se resentía del complejo de inferioridad y del sentimiento de frustración experimentados tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial! Pero justo, lo que pretendía Murakami era proyectar una imagen original, moderna y sonriente, de factura plana e infantiloide, pero con alto contenido simbólico/ético, de un país que había sido víctima pero también verdugo. Eso sí, el artista nipón lo hacía, estéticamente hablando, calzándose los zapatos del «repulsivo» Walt Disney: su conquistador americano. Con los años, Kaikai, Kiki y las margaritas felices ponen nombre e imagen a un emporio empresarial (Kaikai Kiki Co., Ltd) que fabrica y comercializa productos artísticos en serie y está dispuesto a colonizar a todo el planeta haciendo de su cuqui-mercancía imago mundi. Lo kawaii (entendido como esta respuesta tan aparentemente moñas de oriente a la estética impuesta por occidente) había supuesto, en principio, una especie de bastión de resistencia. Hoy, se ha convertido en producto-fetiche del negocio más cool, dejando al icono/objeto completamente vacío. ¿Completamente vacío? Sea como fuese, la estrategia ya había funcionado décadas antes en Estados Unidos y en Europa. ¿Estrategia de expansión cultural o puro y duro show business? Dudas aparte, la actitud más acertada para mantener activa la reflexión es el hackeo descarado. He aquí nuestro tema. Ahora bien, hackear no significa manipular para masacrar, sino utilizar y nutrirse de realidades dadas para provocar tensiones nuevas que generen otras líneas de pensamiento. Quizá también, revelar toda la retranca crítica, latente en estas obras, que las lógicas del mercado parecen querer ocultar. House of Chappaz BASEMENT, convoca a Aggtelek Duo (Gema Perales, Barcelona, 1982 y Xandro Vallés, Barcelona, 1978) para disparar a bocajarro. Esta pareja de creadores, con sus personajes grotescos y tiernos, entre lo underground occidental y la infantilización del último arte asiático, caricaturizan las fuerzas de producción de los imaginarios actuales, tanto occidentales como orientales, para apuntar sin titubeo a la subjetivación política del espectador. La parodia, el humor, la sorna conceptual y los alardes de libertad creativa funcionan como aguijones para estimular la sensibilidad social, imaginar modelos éticos diferentes y poner en jaque las certezas que se sostienen desde el orden instituido. El bestiario que se despliega en esta exposición es producto directo de la fritanga cultural que venimos consumiendo desde hace más tiempo del que podemos recordar. Los Aggtelek empatizan, se sienten parte del engranaje que produce este supuesto enfriamiento estético y se aprovechan de ello para hackearlo y recargarlo de pulsión subversiva. Para lograrlo, manejan el armamento de combate propio del arte de factura rápida y mensaje inmediato. Recurren a lemas, eslóganes y demás frases panfletarias infladas de un positivismo de tendencia hedonista (Save Your Head, Make Love, Follow Your Sun, All We Need Is Love, Be Happy…) inspirados en grandes gurús de la retórica New Age y de la revolución psicológica. Los dibujos, «a lo línea chunga», (de trazo impreciso y con aire amateur), que representan motivos icónicos de la cultura popular de toque aniñado, (flores universales de ejecución casi mecánica sobre las que estampan risitas con tufillo a Murakami, teddy bears tunantes y bonachones, gatitos rosas, perritos, conejitos…), también van cargados hasta los dientes de metralla disidente: Don´t Trust Humans, Fuck The Rules, Fuck The System o el contundente Don´t Obey que lleva en su camiseta Pinky, la niña-gatita rosa que se materializa para la ocasión en art toy.Todos estos elementos, a pesar del escozor que causan a los paladines de la técnica y a los garantes del «bien-hacer» por definición, también requieren de operaciones creativas y procesos reflexivos con voluntad altamente expresiva y crítica. Es decir, tienen la capacidad de remover la naturaleza de las sensibilidades, de cuestionar el espíritu de los tiempos y de provocar perturbación ontológica a primer golpe de vista. ¿O no? Juan Llano Crítico y comisario independiente

Ficha técnica

Artistas: Aggtelek
Días: Del 10 de Feb al 31 de Mar de 2023
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Prueba 2

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